El variopinto
grupo de viajeros formado por Isidro el Alto, noble castellano estudioso de la
ciencia de la Alquimia, su esclava Salma Al-Alim, el cazador Roque Silvestre,
practicante de brujería, su asesor académico Artús el Mirlo, goliardo que es en
secreto la maldita Trega do Bernal, y el marino judío Melchor Ben Yehudá, bajo
cuyo mando transportan el carromato de barricas de vino de Melón los marineros
Adrao y Bernal, llega a Vigo a mediados de noviembre del año del señor de mil
trescientos sesenta y cuatro, bajo un tiempo inclemente.
Allí, mientras
Melchor organiza la estiba del cargamento en el Asubío, el barco del capitán
Manecho, don Isidro negocia con el patrón su pasaje en la embarcación hasta La
Guardia (A Guarda, para los locales), desde donde piensa dirigirse a Tui.
Mientras tanto, Roque recorre la villa en busca del trovador local que responde
al nombre de Martiño. Sus pesquisas lo llevan a saber que el joven, al que ya
algunos conocen como Martín Códax, ha ganado fama reciente por sus
composiciones centradas en Vigo, aunque hay quien las encuentra sumamente
licenciosas, habiendo causado gran malestar en círculos eclesiásticos aquella
balada que describía el impúdico baile de una mujer en la iglesia. Necesitado
de un cambio de aires, el trovador partió recientemente en el séquito de doña
Loísa de Arcade, hija del conde don Mauricio de Soutomaior, su mecenas. De la
joven se cuenta que es ligera de cascos, que la unen al trovador lazos más
fuertes que los artísticos, e incluso que es la protagonista de las
composiciones del maestro Martiño. ¿Su destino? Cuentan que doña Loísa deseaba
visitar la biblioteca de la diócesis de Tui.
Así, de nuevo
con el mismo destino, los viajeros se embarcan con el capitán Manecho y costean
las Rías Bajas a bordo del Asubío. Llegando a la desembocadura del río Miño, el
capitán decide remontar el río hasta la misma villa diocesana de Tui en lugar
de anclar su nave en La Guardia, con el objetivo de tener el barco a resguardo
del temporal que parece aproximarse por el Atlántico, al tiempo que agiliza la
carga y descarga de la mercancía con la que piensa comerciar allí. Después de
una brevísima parada en La Guardia, el Asubío recala en su destino el día trece
de diciembre de mil trescientos sesenta y cuatro.
No tarda mucho
Roque en saber que Martín Códax estaba buscando a don Xoan de Tui, obispo de la
localidad, por lo que se dirige a la catedral almenada, casi una fortaleza, de
Santa María de Tui, uniendo de nuevo su camino al de don Isidro y su esclava.
Llegan, por ello, calados bajo la lluvia, a la catedral todos los integrantes
del grupo de viajeros, a excepción del judío Melchor. Y allí son recibidos por
el alegre obispo don Xoan y su asistente, el reseco, huesudo y espigado padre
Fuco. Y toma la palabra el noble don Isidro, que convence al prelado de sus
intenciones eruditas (tanto él como el goliardo Artús desean consultar algunos
volúmenes que han oído se hallan en la biblioteca diocesana, llevando con ellos
a Salma como traductora para los textos que puedan encontrar en lengua arábiga)
pese a las dudas del escrutador padre Fuco, que rezonga por lo bajo acerca de
la inconveniencia de dejar entrar a una mujer en un recinto sagrado y de
conocimiento. Pese a la buena disposición de don Xoan, que se ofrece incluso a
dar hospitalidad a don Isidro y su séquito mientras permanezcan en la villa, el
acceso a la biblioteca depende del hermano Calixto, bibliotecario de Tui.
Reunidos con
el capitán Manecho para recoger sus equipajes, éste les confirma, mirando con
preocupación las nubes de tormenta en el horizonte occidental, que permanecerá
al menos una semana en Tui; quizá hasta las Navidades, si la situación no
mejora. De todos modos, don Isidro prefiere hospedarse en las dependencias que
les cede el obispo en la catedral. Y Melchor obtiene el permiso para ir con el
noble, amigo de su padre, para darle escolta mientras el barco permanezca en
puerto. Hasta Salma está encantada, pues don Isidro parece haberse tornado
extrañamente amable, compadeciéndose de la añoranza de la esclava por su
familia (hasta tal punto que, en más de una ocasión, da la impresión de que
esté a punto de otorgarle la libertad).
El día
catorce, con la lluvia arreciando, el grupo consigue su primera reunión con el
hermano bibliotecario. El hermano Calixto resulta ser un anciano pequeño, de
dedos finos y ojillos permanentemente entornados, que mira a los aspirantes a
entrar en su biblioteca con la
suficiencia que le otorga el poder sobre el acceso. Pese a las miradas
despectivas que lanza contra Salma y Melchor, no parece tener mucho problema en
dejar la biblioteca abierta a los estudios de don Isidro y Artús. Bueno, y de
los demás, mientras don Isidro esté con ellos y se haga responsable de sus
actos. Sólo hay un problema: hay monjes copistas trabajando en la biblioteca, y
no quiere que sean perturbados en sus labores. Por eso no desea que haya
demasiados visitantes al mismo tiempo en las dependencias de la biblioteca. Así
que tendrán que esperar a que terminen sus estudios los visitantes anteriores,
que además requieren de intimidad para sus consultas. Y bien puede dársela,
pues la interesada es doña Loísa de Arcade, hija de uno de los benefactores de
la catedral tudense, a la que el hermano Calixto siempre se refiere como señora condesa. Aunque nunca está sola
en la biblioteca pues, aparte de los monjes, siempre la acompaña su ayudante,
un joven rubio al que llama Martiño. Por supuesto, si la señora condesa está
dispuesta a ceder su turno, ya que don Isidro parece que tiene prisa…
No tarda don
Xoan en arreglar un encuentro con doña Loísa, «aprovechando que deja la
biblioteca a estas horas», con lo que los viajeros se encuentran frente a una
joven delgada de aspecto altivo y ojos crueles e inteligentes, poco dispuesta a
escuchar sus ofertas. Pese a ello, el obispo insiste en que ceda su turno,
hablando de la urgencia de don Isidro, venido de lejos. Parece notoriamente
interesado en alejar de la biblioteca, con cualquier excusa, a la joven noble,
pese a que ella insiste con gélida contumacia en no abandonar sus estudios
hasta obtener su tesoro de conocimiento.
El padre Fuco defiende el derecho de doña Loísa, ya que a ella se le garantizó
el acceso con anterioridad. Martiño, acompañando a la hija del conde de
Soutomaior, se muestra bastante más amigable y abierto que su patrona. Saluda
al grupo de recién llegados con una amplia sonrisa, y se muestra conversador y
dispuesto, en cuanto descubre que saben de su fama como trovador y juglar, a
cantarles o recitarles su última composición; pero doña Loísa corta sus aspiraciones,
demostrando quién manda en el grupo e impidiendo las intenciones de Roque de
hablar en privado con el trovador.
Llegada la
noche, Roque, Artús y Melchor buscan una taberna para sacudirse el frío del
cuerpo. Y don Isidro les encarga que lleven a Salma con ellos, a ver si algún
parroquiano necesita que le cubra algún documento urgente, prometiendo que la
mora podrá quedarse los dineros que gane, cosa que extraña tanto a sus
compañeros que empiezan a sospechar que el monje está encantado por su propia
esclava. Aun así, hacen como el noble les indica, y encuentran realmente a un
par de tudenses necesitados de dejar constancia escrita de sus asuntos, aunque
el tabernero los conmina a regresar a horas más cristianas, pues poniéndose el
sol sólo queda un momento para beber un par de azumbres de vino y volver
piadosamente a sus aposentos. Pero es en esos momentos cuando Martiño llega
embozado para hablar con los extranjeros a espaldas de su señora, circunstancia
que aprovecha Roque para llevarlo al exterior, donde estarán a salvo de oídos
indiscretos.
Al fin puede
Roque Silvestre hablar con el trovador, pidiéndole a Martiño su ayuda, pues
necesita llevarlo a Villar del Manzanares para enfrentar un peligro… Martín
Códax no le deja acabar de hablar: está dispuesto a ayudar al hombretón, pero
ahora están en Tui y deben centrarse en los problemas inmediatos. Ha visto algo
en el grupo de viajeros foráneos que le hace pensar que es la divina
providencia quien los envía, pues ya no sabe qué hacer para abortar los planes
de doña Loísa de Arcade, a la que define como una mujer malvada que acudió a
Tui a reunirse con un peligroso emisario del Maligno, uno que él sospecha sea
el amante de la joven heredera de Soutomaior, el mismo al que alude en sus
composiciones acerca de Vigo. Y es que sus cantigas
de amigo no son sino avisos para que Los
Caminantes acudan a combatir el mal… El joven rubio no puede continuar sus
explicaciones, pues un par de sicarios armados caen sobre él y sobre Roque, que
se defiende como puede mientras el trovador huye bajo la lluvia. Melchor y
Artús acuden en ayuda de su compañero, poniendo en fuga a los asaltantes
mientras Salma observa desde los soportales que dan acceso a la taberna,
sopesando la posibilidad de unirse a los fugitivos para escapar de su
esclavitud. Pero el momento pasa, sus acompañantes ya regresan a su lado y el
momento de duda la deja, para su desgracia, en la misma situación en la que se
encontraba.