(Sigue la partida situada alrededor de Tui. Cuando acabe con ésta espero contaros algo de la situación de la partida desdefuera del juego. Pero aún faltará otra entrada más...)
La lluvia cae
sobre la villa de Tui, en la frontera galaico-portuguesa, mientras la gente de
bien descansa en la madrugada del día quince de diciembre del año mil
trescientos sesenta y cuatro. Pero no todo el mundo está a resguardo, sino que
el obispo de la localidad, don Xoan de Tui, se mueve en la oscuridad con
destino incierto. Tras él se desliza, a escondidas, don Isidro el Alto,
intentando averiguar qué libro se ha llevado de la biblioteca de Santa María de
Tui, y qué piensa hacer con él. Pero una sombra llama la atención del
alquimista, que consigue pasar inadvertido para descubrir que no es el único
interesado en los movimientos del prelado: con su habitual perspicacia, don
Isidro identifica al padre Fuco, asistente del obispo, como el tercero en
discordia. Y sigue los movimientos de los dos religiosos.
Los pasos de
don Xoan lo conducen al interior de una vivienda desconocida para el noble
castellano, que ve cómo el padre Fuco espera en los alrededores. Así que
aguarda él también, viendo que en la casa parece que habita una mujer morena de
carnes generosas, quien cierra los postigos para impedir que miradas
indiscretas descubran lo que sucede en el interior. Y así transcurren instantes
que parecen eternos, hasta que el obispo sale de nuevo al exterior para dirigir
sus pasos de vuelta a la catedral, sin darse cuenta de que su ayudante sigue
sus pasos. Don Isidro, en cambio, no lo hace. Permanece en su sitio, vigilando
la casa hasta que las luces se apagan en su interior. Y entonces se acerca,
viendo a una gran lechuza que revolotea cerca de la puerta y choca con ella,
alertando a la mujer del interior. Con extraña determinación, el ave nocturna
aprovecha que la señora morena abre la puerta para acceder al interior. Y, ante
los gritos de la buena mujer, don Isidro entra corriendo.
En el
interior, la mujer pelea con la lechuza, que intenta arrebatar de sus manos el
libro del obispo. Don Isidro arremete contra el animal, que cae sobre la cama
para levantarse transformado en un pequeño humanoide barbudo de miembros anchos
y ropas de colores brillantes que intenta escapar con el tomo en sus manos. El
alquimista le cierra el paso, enarbolando el hacha, mientras la criatura a la
que su erudición en leyendas locales identifica correctamente como un anano
enarbola una maza pesada para alejar a su contrincante. El ruido de la
contienda empieza a despertar a los vecinos de la barriada, por lo que el anano
se transforma de nuevo en lechuza para huir sin llamar la atención, pero no
consigue arrebatar el libro que es su objetivo de las manos de la mujer morena,
que se aferra a él como si le fuera en ello la vida. Así que se aleja volando,
dejando a don Isidro en compañía la tudense que se identifica como Alís,
agradeciendo la ayuda del caballero. Ya que toda su labia no consigue ningún
avance para que ella le permita poner las manos sobre el libro que don Xoan
confió a su cuidado, y los vecinos ya están en la puerta interesándose por su
convecina, don Isidro decide regresar a su alojamiento.
Al día
siguiente, puestas en común las peripecias de la noche anterior, los compañeros
foráneos se encaran con el obispo de Tui para preguntarle acerca del libro.
Ante la presión, y también debido a la capacidad de convicción de los viajeros,
don Xoan confiesa que el libro, al menos según cree, contiene las directrices
para encontrar un fabuloso tesoro oculto en la región desde los tiempos de la
invasión árabe. Y si intentó ocultarlo es porque sospecha que doña Loísa está
en Tui buscando precisamente ese tesoro. ¿El título? No sabría decirles, ya que
el volumen está escrito en lengua árabe, y don Xoan no entiende dicha lengua.
Pero, por supuesto, Salma Al-Alim, la esclava andalusí de don Isidro, la
comprende a la perfección.
Aprovechando
que la lluvia amaina un poco, el obispo lleva a sus invitados a la casa de Alís
Preta, así llamada por el tono oscuro de sus cabellos e incluso su piel, para
echarle un vistazo al libro. Salma tiene que entretenerse en completar los
encargos pendientes para los vecinos de la villa, según anunció en la taberna,
aprovechando para quedarse parte del dinero que debería entregar a don Isidro.
Mientras Artús le echa una mano, el resto del grupo se reúne con Alís. Don
Isidro y Roque tienen la sospecha, viendo la relación de don Xoan y Alís, de
que hay algo más que amistad entre ellos. Pero no es momento de ocuparse de los
amoríos de un hombre de Dios, pues deben recoger el libro y reunirse con Salma.
No tarda la escriba en ojear el tomo árabe, cuyo título parece ser Secretos de
la Galaecia, escrito por Harem El Saad.
Cuenta Harum
El Saad que un djinn de piel oscura, a quien los locales creen emparentado con
los seguidores del Profeta, vive bajo los montes al norte del río Miño. Dice
que responde al nombre de Al Kahbir, pero que sólo en contadas ocasiones puede
hallarse fuera de su cueva oculta, ya que le disgusta abandonar el inmenso
tesoro que allí guarda (dicen los eruditos que fue robado de Bagdad). Como su
servidor entre los hombres, y para la protección de su riqueza, cuenta con la
ayuda de un feroz miembro de la pequeña gente, remanente de una antigua raza
que nació de las entrañas de la tierra a la que los indígenas conocían como ananos. Y él mismo, Harum El Saad en
persona, asegura haber descubierto la entrada a los dominios de Al Kahbir entre
los restos de las casas circulares que la gente de la región conoce como castros. Lamentablemente, la propia
presión guerrera de los hombres rubios que habitan las tierras de la Galaecia
obliga a su señor a retirarse de la región, al tiempo que deriva parte de sus
tropas en apoyo a la campaña norteña de Abu Amir Muhammad ben Abi Al Mansur.
Pero deja por escrito las instrucciones para encontrar incontables riquezas
cuando regrese a la región.
Aparentemente,
Harum El Saad nunca regresó a la región de Tui. Y Salma explica a su amo sólo lo
que cree que debe saber: que el libro contiene las instrucciones para encontrar
un tesoro oculto en el monte, y que ella podría interpretarlas comparando lo
que dice el tomo antiguo con lo que vea sobre el terreno. Y, pese a que la
codicia es un pecado, todos los viajeros se dejan llevar por el anhelo de
conseguir riquezas incontables, y no tardan en preparar la expedición para
explorar los montes de los alrededores. El obispo tudense les comenta que el
sitio más probable, entre los montes cercanos, es el Monte Aloia. Y las
descripciones de don Xoan concuerdan, en opinión de Salma, con las de Harum El
Saad… Aunque no dice nada de esto mientras sigue en la villa.
Corre el día
dieciséis del mes, la lluvia calabobos amaina un poco, doña Loísa sigue copando
la biblioteca y el hermano Calixto no da el brazo a torcer y persiste en su
opinión de que sólo hay un turno para consultar los libros. Así que, sin nada
mejor que hacer, el grupo de visitantes se dirige al Monte Aloia para
convertirse en buscadores de tesoros. Una vez sobre el terreno, Salma va
traduciendo las palabras de Harum El Saad, dosificando la información a su
manera, para guiar a su señor hasta el reino subterráneo de Al Kahbir. Mientras
buscan, comentan sus impresiones acerca de lo que han oído y lo que creen
recordar que cuentan las leyendas locales: que los mouros protegen sus guaridas con peligrosos encantamientos, que sus
hermosísimas mujeres pueden desvelar la localización de las entradas por la
extraña costumbre de peinarse frente a las grutas, que los ananos no son de fiar, ya que les gusta la carne humana más que
ningún otro manjar… Y en ésas están los viajeros cuando encuentran los restos
de un antiguo poblado de castros, las
huellas circulares de las chozas con bases de piedras cuidadosamente apiladas
todavía claramente visibles entre los árboles. Y Salma, exultante, confirma que
éste es el lugar en el que el libro sitúa la entrada a los dominios de Al
Kahbir.
El poblado
celta no era muy extenso, pueden comprobar los buscadores en cuanto empiezan
con el registro, pero las indicaciones de Harum El Saad son vagas. Sólo indica,
según puede traducir Salma, que la entrada está en un pozo, o en un manantial,
o algo parecido. A los pies de un árbol muerto, con la corteza retorcida. Un
árbol como aquél al que se dirige Roque, tan habituado a estos terrenos como
puede estarlo un hombre criado en los bosques, mientras comenta que le parece
oír el rumor de agua corriendo. Y en ese momento pueden oír todos el ruido del
agua, un leve murmullo que se transforma en un cántico suave que resulta
bellísimo a los oídos de todos los presentes. De todos, pero no de todas: Salma
y Trega, aún disfrazada como Artús el Mirlo, se muestran suspicaces, pues
parecen notar una nota discordante en el cántico, para ellas no tan
embriagador. Pero sus compañeros no hacen caso y se acercan al árbol (armas
prestas, eso sí, que la belleza de lo que parece ahora una voz femenina no
embota del todo sus sentidos), a tiempo de ver salir de la nada, o quizás del
propio árbol, a una hermosa y sonriente muchacha que parece cantarles mientras
sale a campo abierto, mostrando lascivamente su carne desnuda de todo verdoso.
«Mi nombre es
Mariña», les dice la mujer con voz tenue pero firme, «y hace mucho que no viene
nadie a visitarme. ¿Queréis bailar conmigo?» No espera respuesta, sino que
sopla suavemente, susurrando palabras desconocidas, sobre el gallardo mozo que
es don Isidro el Alto. Y se acerca a él, con movimientos seductores, mientras
en su boca brillan dientes afilados y de sus manos parecen crecer las garras de
un animal salvaje. Pero la criatura de apariencia humana pincha en hueso, pues
las preferencias de don Isidro se inclinan más a folgar con recios mocetones
que con melosas muchachitas, así que retrocede lo justo para evitar que el
primer zarpazo le arranque la cabeza. Y el resto de sus compañeros, olvidados por
el demonio que intentaba hechizar al alquimista, ya están en movimiento
(superado el momento de estupor al ver como la mujer parece cada vez más
inhumana), abalanzándose sobre el monstruo con palos, dagas y bracamantes que
apenas dejan más opción al repugnante engendro que perecer con su cuerpo
destrozado y sangrante...
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