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martes, 17 de noviembre de 2015

LOS MISTERIOS DE TUI (2)



(Sigue la partida situada alrededor de Tui. Cuando acabe con ésta espero contaros algo de la situación de la partida desdefuera del juego. Pero aún faltará otra entrada más...)

La lluvia cae sobre la villa de Tui, en la frontera galaico-portuguesa, mientras la gente de bien descansa en la madrugada del día quince de diciembre del año mil trescientos sesenta y cuatro. Pero no todo el mundo está a resguardo, sino que el obispo de la localidad, don Xoan de Tui, se mueve en la oscuridad con destino incierto. Tras él se desliza, a escondidas, don Isidro el Alto, intentando averiguar qué libro se ha llevado de la biblioteca de Santa María de Tui, y qué piensa hacer con él. Pero una sombra llama la atención del alquimista, que consigue pasar inadvertido para descubrir que no es el único interesado en los movimientos del prelado: con su habitual perspicacia, don Isidro identifica al padre Fuco, asistente del obispo, como el tercero en discordia. Y sigue los movimientos de los dos religiosos.



Los pasos de don Xoan lo conducen al interior de una vivienda desconocida para el noble castellano, que ve cómo el padre Fuco espera en los alrededores. Así que aguarda él también, viendo que en la casa parece que habita una mujer morena de carnes generosas, quien cierra los postigos para impedir que miradas indiscretas descubran lo que sucede en el interior. Y así transcurren instantes que parecen eternos, hasta que el obispo sale de nuevo al exterior para dirigir sus pasos de vuelta a la catedral, sin darse cuenta de que su ayudante sigue sus pasos. Don Isidro, en cambio, no lo hace. Permanece en su sitio, vigilando la casa hasta que las luces se apagan en su interior. Y entonces se acerca, viendo a una gran lechuza que revolotea cerca de la puerta y choca con ella, alertando a la mujer del interior. Con extraña determinación, el ave nocturna aprovecha que la señora morena abre la puerta para acceder al interior. Y, ante los gritos de la buena mujer, don Isidro entra corriendo.
En el interior, la mujer pelea con la lechuza, que intenta arrebatar de sus manos el libro del obispo. Don Isidro arremete contra el animal, que cae sobre la cama para levantarse transformado en un pequeño humanoide barbudo de miembros anchos y ropas de colores brillantes que intenta escapar con el tomo en sus manos. El alquimista le cierra el paso, enarbolando el hacha, mientras la criatura a la que su erudición en leyendas locales identifica correctamente como un anano enarbola una maza pesada para alejar a su contrincante. El ruido de la contienda empieza a despertar a los vecinos de la barriada, por lo que el anano se transforma de nuevo en lechuza para huir sin llamar la atención, pero no consigue arrebatar el libro que es su objetivo de las manos de la mujer morena, que se aferra a él como si le fuera en ello la vida. Así que se aleja volando, dejando a don Isidro en compañía la tudense que se identifica como Alís, agradeciendo la ayuda del caballero. Ya que toda su labia no consigue ningún avance para que ella le permita poner las manos sobre el libro que don Xoan confió a su cuidado, y los vecinos ya están en la puerta interesándose por su convecina, don Isidro decide regresar a su alojamiento.



Al día siguiente, puestas en común las peripecias de la noche anterior, los compañeros foráneos se encaran con el obispo de Tui para preguntarle acerca del libro. Ante la presión, y también debido a la capacidad de convicción de los viajeros, don Xoan confiesa que el libro, al menos según cree, contiene las directrices para encontrar un fabuloso tesoro oculto en la región desde los tiempos de la invasión árabe. Y si intentó ocultarlo es porque sospecha que doña Loísa está en Tui buscando precisamente ese tesoro. ¿El título? No sabría decirles, ya que el volumen está escrito en lengua árabe, y don Xoan no entiende dicha lengua. Pero, por supuesto, Salma Al-Alim, la esclava andalusí de don Isidro, la comprende a la perfección.
Aprovechando que la lluvia amaina un poco, el obispo lleva a sus invitados a la casa de Alís Preta, así llamada por el tono oscuro de sus cabellos e incluso su piel, para echarle un vistazo al libro. Salma tiene que entretenerse en completar los encargos pendientes para los vecinos de la villa, según anunció en la taberna, aprovechando para quedarse parte del dinero que debería entregar a don Isidro. Mientras Artús le echa una mano, el resto del grupo se reúne con Alís. Don Isidro y Roque tienen la sospecha, viendo la relación de don Xoan y Alís, de que hay algo más que amistad entre ellos. Pero no es momento de ocuparse de los amoríos de un hombre de Dios, pues deben recoger el libro y reunirse con Salma. No tarda la escriba en ojear el tomo árabe, cuyo título parece ser Secretos de la Galaecia, escrito por Harem El Saad.
Cuenta Harum El Saad que un djinn de piel oscura, a quien los locales creen emparentado con los seguidores del Profeta, vive bajo los montes al norte del río Miño. Dice que responde al nombre de Al Kahbir, pero que sólo en contadas ocasiones puede hallarse fuera de su cueva oculta, ya que le disgusta abandonar el inmenso tesoro que allí guarda (dicen los eruditos que fue robado de Bagdad). Como su servidor entre los hombres, y para la protección de su riqueza, cuenta con la ayuda de un feroz miembro de la pequeña gente, remanente de una antigua raza que nació de las entrañas de la tierra a la que los indígenas conocían como ananos. Y él mismo, Harum El Saad en persona, asegura haber descubierto la entrada a los dominios de Al Kahbir entre los restos de las casas circulares que la gente de la región conoce como castros. Lamentablemente, la propia presión guerrera de los hombres rubios que habitan las tierras de la Galaecia obliga a su señor a retirarse de la región, al tiempo que deriva parte de sus tropas en apoyo a la campaña norteña de Abu Amir Muhammad ben Abi Al Mansur. Pero deja por escrito las instrucciones para encontrar incontables riquezas cuando regrese a la región.



Aparentemente, Harum El Saad nunca regresó a la región de Tui. Y Salma explica a su amo sólo lo que cree que debe saber: que el libro contiene las instrucciones para encontrar un tesoro oculto en el monte, y que ella podría interpretarlas comparando lo que dice el tomo antiguo con lo que vea sobre el terreno. Y, pese a que la codicia es un pecado, todos los viajeros se dejan llevar por el anhelo de conseguir riquezas incontables, y no tardan en preparar la expedición para explorar los montes de los alrededores. El obispo tudense les comenta que el sitio más probable, entre los montes cercanos, es el Monte Aloia. Y las descripciones de don Xoan concuerdan, en opinión de Salma, con las de Harum El Saad… Aunque no dice nada de esto mientras sigue en la villa.
Corre el día dieciséis del mes, la lluvia calabobos amaina un poco, doña Loísa sigue copando la biblioteca y el hermano Calixto no da el brazo a torcer y persiste en su opinión de que sólo hay un turno para consultar los libros. Así que, sin nada mejor que hacer, el grupo de visitantes se dirige al Monte Aloia para convertirse en buscadores de tesoros. Una vez sobre el terreno, Salma va traduciendo las palabras de Harum El Saad, dosificando la información a su manera, para guiar a su señor hasta el reino subterráneo de Al Kahbir. Mientras buscan, comentan sus impresiones acerca de lo que han oído y lo que creen recordar que cuentan las leyendas locales: que los mouros protegen sus guaridas con peligrosos encantamientos, que sus hermosísimas mujeres pueden desvelar la localización de las entradas por la extraña costumbre de peinarse frente a las grutas, que los ananos no son de fiar, ya que les gusta la carne humana más que ningún otro manjar… Y en ésas están los viajeros cuando encuentran los restos de un antiguo poblado de castros, las huellas circulares de las chozas con bases de piedras cuidadosamente apiladas todavía claramente visibles entre los árboles. Y Salma, exultante, confirma que éste es el lugar en el que el libro sitúa la entrada a los dominios de Al Kahbir.



El poblado celta no era muy extenso, pueden comprobar los buscadores en cuanto empiezan con el registro, pero las indicaciones de Harum El Saad son vagas. Sólo indica, según puede traducir Salma, que la entrada está en un pozo, o en un manantial, o algo parecido. A los pies de un árbol muerto, con la corteza retorcida. Un árbol como aquél al que se dirige Roque, tan habituado a estos terrenos como puede estarlo un hombre criado en los bosques, mientras comenta que le parece oír el rumor de agua corriendo. Y en ese momento pueden oír todos el ruido del agua, un leve murmullo que se transforma en un cántico suave que resulta bellísimo a los oídos de todos los presentes. De todos, pero no de todas: Salma y Trega, aún disfrazada como Artús el Mirlo, se muestran suspicaces, pues parecen notar una nota discordante en el cántico, para ellas no tan embriagador. Pero sus compañeros no hacen caso y se acercan al árbol (armas prestas, eso sí, que la belleza de lo que parece ahora una voz femenina no embota del todo sus sentidos), a tiempo de ver salir de la nada, o quizás del propio árbol, a una hermosa y sonriente muchacha que parece cantarles mientras sale a campo abierto, mostrando lascivamente su carne desnuda de todo verdoso.
«Mi nombre es Mariña», les dice la mujer con voz tenue pero firme, «y hace mucho que no viene nadie a visitarme. ¿Queréis bailar conmigo?» No espera respuesta, sino que sopla suavemente, susurrando palabras desconocidas, sobre el gallardo mozo que es don Isidro el Alto. Y se acerca a él, con movimientos seductores, mientras en su boca brillan dientes afilados y de sus manos parecen crecer las garras de un animal salvaje. Pero la criatura de apariencia humana pincha en hueso, pues las preferencias de don Isidro se inclinan más a folgar con recios mocetones que con melosas muchachitas, así que retrocede lo justo para evitar que el primer zarpazo le arranque la cabeza. Y el resto de sus compañeros, olvidados por el demonio que intentaba hechizar al alquimista, ya están en movimiento (superado el momento de estupor al ver como la mujer parece cada vez más inhumana), abalanzándose sobre el monstruo con palos, dagas y bracamantes que apenas dejan más opción al repugnante engendro que perecer con su cuerpo destrozado y sangrante...

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