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domingo, 23 de agosto de 2015

EL MONASTERIO DE MELÓN (1)



A continuación tenéis la primera parte de la crónica (en forma corta, atendiendo a las votaciones en G+) de lo sucedido en la campaña dinámica de Aquelarre. Espero que lo disfrutéis...


A finales del frío otoño de 1364, se encuentran en el pueblo de Melón unos variopintos viajeros que deciden proseguir su trayecto juntos, para mejor protegerse por los caminos. Isidro el Alto, un hidalgo castellano, viaja a Tui con su esclava, Salma Al-Salim, en busca de volúmenes de conocimiento secreto. Y decide desviarse hacia la villa de Vigo para acompañar a Melchor Ben Yehudá, hijo de su antiguo maestro, que dirige el grupo encargado de transportar el buen vino del monasterio de Santa María de Melón hasta el puerto en el que recibirá los barriles el capitán Manecho. A ellos se une un goliardo llamado Artús el Mirlo, que ser hijo de un antiguo conocido de Melchor. «Recuerdo a Lois do Bernal» dice el judío, «pero no que tuviera un hijo. Sí me suena que tenía una hija…» Junto a Artús viaja su protector actual, un hombretón con pintas de cazador castellano que responde al nombre de Roque Silvestre, cuyo objetivo es encontrar a un trovador vigués que sabe que se llama Martín o Martiño o algo parecido.
Pese a la llovizna que está cayendo, el grupo debe ponerse en marcha, sobre todo porque el abad Antonio insiste en que partan de una vez, que sus negocios en Melón están rematados, y el vino debe llegar a puerto antes de que la Asubío leve anclas. No debe ser ése el único motivo, piensa Roque, pues la gente del pueblo se muestra inquieta cuando cruzan entre ellos. Algunos exhortan a los viajeros a darse prisa, para que no los pille la noche en mitad del camino. «Algunos hombres ya han desaparecido, señor», responden a las preguntas de Isidro. «Incluso un crío del pueblo».
Atentos a los alrededores del camino mientras los marinos Adrao y Bernal, al servicio de Melchor, se ocupan del carro con el vino, localizan a un crío que da tumbos por el bosque embarrado, rezando entre dientes mientras intenta alejarse de los extraños que siguen el camino. Los viajeros lo rodean y el pequeño, que dice llamarse Roi, confiesa que es el hijo de Uxía a Loira y de Bras de Melón, y que busca a su padre porque «los muertos se lo llevaron». Artús e Isidro son partidarios de volver a Melón para que se hagan cargo del pequeño Roi, pero el resto no están tan seguros… Hasta que oyen gritos y aullidos de lobos.
En efecto, poco más allá descubren a un hombre, armado tan sólo con un cuchillo, que está defendiéndose a la desesperada de media docena escasa de lobos que lo tienen rodeado. Pese a que Melchor cae, resbalando en la lluvia cuando corre hacia la manada, los viajeros ponen en fuga a los lobos sin sufrir apenas heridas. El que sí que está gravemente herido, casi en las últimas, es el desconocido, que dice llamarse Pedro. Viene desde Santiago en busca de su hijo, Domingo, que tiempo ha entró al servicio de Dios. «¿Habéis oído de él en Santa María de Melón?», pregunta antes de perder el sentido.
Ahora sí, con dos heridos a su cuidado, y Melchor también bastante tocado (pese a la pericia curativa de Salma), el grupo decide dar la vuelta y regresar a Melón, que es el pueblo más cercano que conocen al sur de la Sierra del Suído. Con un poco de ligereza, llegarán antes de que caiga la noche…



Efectivamente, aún no se ha cerrado totalmente la noche cuando los viajeros llegan de nuevo a la villa de Melón. Enseguida, entre el alborozo de los vecinos encantados de ver con vida al pequeño Roi, los llevan a la casa de Guillermo Chosco, el curandero del lugar, que acepta hacerse cargo de los heridos. Al poco tiempo, Pedro Monge está en disposición de hablar, y cuenta que su hijo Domingo decidió entrar al servicio de Dios, marchando de su Santiago natal para hacerse monje. Pasaron años en que sólo supo de él por ocasionales cartas, en las que le contaba que estaba feliz de haber entrado al servicio de una orden que seguía la norma de San Benito de Nursia. Pero poco duró la alegría, pues en el transcurso de un año las cartas que llegaron (dos, quizás tres) adquirieron un deje amargo, pues decía que el monasterio estaba maldito, que el abad adoraba al Demonio, y que buscaba la ocasión para denunciarlo, aunque temía por su vida. Y, tras seis meses sin noticias, Pedro temió lo peor y empezó la búsqueda de su hijo por los monasterios benedictinos de tierras gallegas. Casi no lo cuenta, pero está seguro de que puede encontrarlo en Santa María de Melón.
Inquietos por lo oído, pues el abad Antonio les pareció muy amable, los viajeros acuerdan preguntar por Domingo de Santiago tan pronto como amanezca, antes de ponerse en marcha. Isidro decide aprovechar, mientras el resto duerme y se ocupa de las pesquisas, para buscar en la despensa del curandero los ingredientes para sus pociones. Y Roque, que pese a sus apariencias algo de esto sabe, se une a él.



El amanecer sorprende a los dos estudiosos en plena faena, mientras Salma, Melchor y Artús se acercan al monasterio bajo la incipiente lluvia. No son bien recibidos, pues el abad contaba con que estuviesen ya lejos, y los echa del monasterio a cajas destempladas: «¡Qué Domingo ni qué Domingo estáis buscando aquí! Marchad a vuestros quehaceres antes de que llegue don Lope a libraros de vuestros pellejos». Y así vuelven, sin haber descubierto nada, a la casa del curandero; quien no está ocioso, por cierto, pues está proveyendo de bebedizos de ruda a unas mujeres de vida alegre pastoreadas por un hosco individuo conocido como Eladio o Milhomes. Interrogadas acerca de tanta preparación, una joven pelirroja a la que todos llaman Orballo de Roxo le cuenta a Roque que ejerce el oficio más antiguo del mundo, y que no pocas veces lo hace en el monasterio. Pero cuando acude el señor del lugar, don Lope de Agostiño, las cosas se desmadran incluso para mujeres tan de vuelta de todo como ella. «No temades, meniña, que estos trebellos Dios está con nosotros», pontifica Eladio. A Isidro se le ocurre entonces preguntar por Domingo, y Orballo dice conocer al monje, siempre amable y preocupado. Y fallecido en un accidente, a finales del verano…

2 comentarios:

  1. Bras de Melón... priente del Conde Brass de las obras de Moorcock?

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    1. No, no... Es pariente de elegir al azar los nombres en el listado de "nombres gallegos" del manual de Aquelarre... ;-)

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