A continuación tenéis la primera parte de la crónica (en forma corta, atendiendo a las votaciones en G+) de lo sucedido en la campaña dinámica de Aquelarre. Espero que lo disfrutéis...
A finales del
frío otoño de 1364, se encuentran en el pueblo de Melón unos variopintos
viajeros que deciden proseguir su trayecto juntos, para mejor protegerse por
los caminos. Isidro el Alto, un hidalgo castellano, viaja a Tui con su esclava,
Salma Al-Salim, en busca de volúmenes de conocimiento secreto. Y decide
desviarse hacia la villa de Vigo para acompañar a Melchor Ben Yehudá, hijo de
su antiguo maestro, que dirige el grupo encargado de transportar el buen vino
del monasterio de Santa María de Melón hasta el puerto en el que recibirá los
barriles el capitán Manecho. A ellos se une un goliardo llamado Artús el Mirlo,
que ser hijo de un antiguo conocido de Melchor. «Recuerdo a Lois do Bernal»
dice el judío, «pero no que tuviera un hijo. Sí me suena que tenía una hija…»
Junto a Artús viaja su protector actual, un hombretón con pintas de cazador
castellano que responde al nombre de Roque Silvestre, cuyo objetivo es
encontrar a un trovador vigués que sabe que se llama Martín o Martiño o algo parecido.
Pese a la
llovizna que está cayendo, el grupo debe ponerse en marcha, sobre todo porque
el abad Antonio insiste en que partan de una vez, que sus negocios en Melón
están rematados, y el vino debe llegar a puerto antes de que la Asubío leve anclas. No debe ser ése el
único motivo, piensa Roque, pues la gente del pueblo se muestra inquieta cuando
cruzan entre ellos. Algunos exhortan a los viajeros a darse prisa, para que no
los pille la noche en mitad del camino. «Algunos hombres ya han desaparecido, señor»,
responden a las preguntas de Isidro. «Incluso un crío del pueblo».
Atentos a los
alrededores del camino mientras los marinos Adrao y Bernal, al servicio de
Melchor, se ocupan del carro con el vino, localizan a un crío que da tumbos por
el bosque embarrado, rezando entre dientes mientras intenta alejarse de los
extraños que siguen el camino. Los viajeros lo rodean y el pequeño, que dice
llamarse Roi, confiesa que es el hijo de Uxía a Loira y de Bras de Melón, y que
busca a su padre porque «los muertos se lo llevaron». Artús e Isidro son
partidarios de volver a Melón para que se hagan cargo del pequeño Roi, pero el
resto no están tan seguros… Hasta que oyen gritos y aullidos de lobos.
En efecto,
poco más allá descubren a un hombre, armado tan sólo con un cuchillo, que está
defendiéndose a la desesperada de media docena escasa de lobos que lo tienen
rodeado. Pese a que Melchor cae, resbalando en la lluvia cuando corre hacia la
manada, los viajeros ponen en fuga a los lobos sin sufrir apenas heridas. El
que sí que está gravemente herido, casi en las últimas, es el desconocido, que
dice llamarse Pedro. Viene desde Santiago en busca de su hijo, Domingo, que
tiempo ha entró al servicio de Dios. «¿Habéis oído de él en Santa María de
Melón?», pregunta antes de perder el sentido.
Ahora sí, con
dos heridos a su cuidado, y Melchor también bastante tocado (pese a la pericia
curativa de Salma), el grupo decide dar la vuelta y regresar a Melón, que es el
pueblo más cercano que conocen al sur de la Sierra del Suído. Con un poco de
ligereza, llegarán antes de que caiga la noche…
Efectivamente,
aún no se ha cerrado totalmente la noche cuando los viajeros llegan de nuevo a
la villa de Melón. Enseguida, entre el alborozo de los vecinos encantados de
ver con vida al pequeño Roi, los llevan a la casa de Guillermo Chosco, el
curandero del lugar, que acepta hacerse cargo de los heridos. Al poco tiempo,
Pedro Monge está en disposición de hablar, y cuenta que su hijo Domingo decidió
entrar al servicio de Dios, marchando de su Santiago natal para hacerse monje.
Pasaron años en que sólo supo de él por ocasionales cartas, en las que le
contaba que estaba feliz de haber entrado al servicio de una orden que seguía
la norma de San Benito de Nursia. Pero poco duró la alegría, pues en el
transcurso de un año las cartas que llegaron (dos, quizás tres) adquirieron un
deje amargo, pues decía que el monasterio estaba maldito, que el abad adoraba
al Demonio, y que buscaba la ocasión para denunciarlo, aunque temía por su
vida. Y, tras seis meses sin noticias, Pedro temió lo peor y empezó la búsqueda
de su hijo por los monasterios benedictinos de tierras gallegas. Casi no lo
cuenta, pero está seguro de que puede encontrarlo en Santa María de Melón.
Inquietos por
lo oído, pues el abad Antonio les pareció muy amable, los viajeros acuerdan
preguntar por Domingo de Santiago tan pronto como amanezca, antes de ponerse en
marcha. Isidro decide aprovechar, mientras el resto duerme y se ocupa de las
pesquisas, para buscar en la despensa del curandero los ingredientes para sus
pociones. Y Roque, que pese a sus apariencias algo de esto sabe, se une a él.
El amanecer
sorprende a los dos estudiosos en plena faena, mientras Salma, Melchor y Artús
se acercan al monasterio bajo la incipiente lluvia. No son bien recibidos, pues
el abad contaba con que estuviesen ya lejos, y los echa del monasterio a cajas
destempladas: «¡Qué Domingo ni qué Domingo estáis buscando aquí! Marchad a
vuestros quehaceres antes de que llegue don Lope a libraros de vuestros
pellejos». Y así vuelven, sin haber descubierto nada, a la casa del curandero;
quien no está ocioso, por cierto, pues está proveyendo de bebedizos de ruda a
unas mujeres de vida alegre pastoreadas por un hosco individuo conocido como
Eladio o Milhomes. Interrogadas acerca de tanta preparación, una joven
pelirroja a la que todos llaman Orballo de Roxo le cuenta a Roque que ejerce el
oficio más antiguo del mundo, y que no pocas veces lo hace en el monasterio.
Pero cuando acude el señor del lugar, don Lope de Agostiño, las cosas se
desmadran incluso para mujeres tan de vuelta de todo como ella. «No temades,
meniña, que estos trebellos Dios está con nosotros», pontifica Eladio. A Isidro
se le ocurre entonces preguntar por Domingo, y Orballo dice conocer al monje,
siempre amable y preocupado. Y fallecido en un accidente, a finales del verano…
Bras de Melón... priente del Conde Brass de las obras de Moorcock?
ResponderEliminarNo, no... Es pariente de elegir al azar los nombres en el listado de "nombres gallegos" del manual de Aquelarre... ;-)
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